domingo, 16 de junio de 2013

A propósito de 1933


Dos días después de que más de medio millón de personas se reuniese en Plaza de Mayo y alrededores para celebrar todos los derechos conquistados y todas las reivindicaciones sociales alcanzadas durante estos diez años de gobierno kirchnerista, el centenario diario de la familia Mitre se despachó con un editorial completamente a tono con su histórico pasado y su conflictivo y crepuscular presente. 1933 representa un escalón más en la larga serie de vergonzosos escritos publicados en esta “Tribuna de Doctrina”, en donde se elude olímpicamente a la realidad y se ofende a la verdad y a la memoria colectiva únicamente para contar con un recurso discursivo más en medio de la batalla cultural que hoy se está librando en nuestro país. Recurrir a la comparación forzada del nazismo con el gobierno nacional actual no nos debe sorprender. La misma forma parte de una deliberada y sistemática estrategia de bastardeo a la cúpula dirigencial del país y a sus decisiones políticas, como así también a todo aquel que acalorada o tibiamente apoye o se sienta parte del proyecto político y social que comenzó hace ya una década.

            Bajo el pretexto de alertar sobre situaciones asimilables entre el régimen nazi con la realidad política actual, el matutino porteño relata en la nota el proceso de ascenso del nazismo en Alemania. Sin embargo, en esta supuesta comparación no se desarrolla ningún argumento que justifique a la misma, ya que sólo busca insuflar el temor en la población de la manera más barata, en particular en la clase más acomodada de la Argentina, arquetípico lector de La Nación. En su afán de interrumpir el proceso de transformación de la Argentina actual, el diario cae en el groso error de banalizar el horror que provocó la Segunda Guerra Mundial y de ofender al recuerdo de los 60 millones de muertos a los que condujo la política nazi, especialmente a las víctimas y sobrevivientes del Holocausto.

            Esta obvia imposibilidad de comparación entre dos situaciones tan disímiles es la que llevó a la DAIA (socia del diario en materia de Referéndum con Irán, si se quiere) a emitir un comunicado en el que demuestra su claro malestar por el editorial y en donde reafirma “su postura permanente de que la dictadura nazi y su siniestra política de persecución y exterminio no pueden ni deben ser equiparadas con otras situaciones o decisiones políticas ajenas a ella”. Este justo repudio se sumó al de las organizaciones de derechos humanos, al de los funcionarios nacionales, provinciales y locales enrolados en el Frente Para la Victoria, como así también al muy significativo rechazo de los propios trabajadores del diario.     

Es curioso que los entusiastas, apologistas y promotores del genocidio en nuestro país y en otras partes del globo, que se hallan detrás de la pluma de quien escribió esta editorial, se sientan con derecho a comparar la etapa que estamos viviendo con el surgimiento del nazismo. Son las cabezas detrás de La Nación quienes justamente se mostraron con candor frente a Hitler y sus modos cuando éste ascendía al gobierno. Sólo basta con repasar los diarios de aquella época para poder comprobarlo. Son también ellos quienes en el siglo XIX arrasaron con el Paraguay de Solano López por desafiar al paradigma económico imperante con su pretensión de autonomía industrialista. Y son también quienes en nombre de la civilización occidental y cristiana avalaron el genocidio de 30 mil personas durante la dictadura cívico-militar comenzada el 24 de marzo de 1976 en la Argentina. No hace falta demasiada agudeza para poder darse cuenta de ello, tan sólo con observar los avisos fúnebres publicados en este diario luego de la muerte de Jorge Rafael Videla hace unos pocos días atrás, uno puede entender muchas cosas.

Esa última dictadura que La Nación supo defender tan bien efectivamente controló a la prensa, creó cientos de campos de concentración, quemó y prohibió libros, mandó a jóvenes a la muerte en una guerra innecesaria y hasta estuvo a punto de confrontar militarmente con pueblos hermanos. Cómo puede ser que ahora nos alerten sobre un nuevo 1933, sobre el autoritarismo, sobre el cercenamiento de “las libertades y la independencia de los tres poderes del Estado”, sobre la distorsión de “los valores esenciales de la República”, sobre los “enfrentamientos dentro de la sociedad” y la pérdida de la República, si fueron ellos quienes precisamente estimularon y apoyaron a la quienes aplicaron métodos nazis desde el poder estatal en la Argentina.

 Las razones detrás de esta sórdida editorial son dos. La primera surge como respuesta natural frente a la posición del diario con respecto a la nueva (?) Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Al saber que una etapa se está cerrando y que la Corte Suprema de Justicia pronto se expedirá sobre la cuestión, la familia Mitre intenta desesperadamente “alertar a la población” sobre el supuesto avallasamiento del gobierno nacional contra la ya tan gastada “libertad de prensa”. Asimismo, también supone una advertencia a los ministros de la Corte sobre lo que estarían avalando si es que osan ratificar la constitucionalidad de los artículos de la ley que todavía están en disputa. Es en este sentido que en nueve de los dieciséis párrafos que posee 1933 se hace mención al control estatal del nazismo sobre los medios de comunicación, en especial sobre la prensa escrita. La comparación no puede ser más miserable, recordemos que la Ley de Medios ni siquiera aborda a los medios gráficos.

La segunda razón oculta de 1933 la expone muy bien el senador nacional y ex Ministro de Educación, Daniel Filmus en la columna que publicó Página/12 el 4 de junio último, llamada ¿Qué haría usted para que no suceda un Auschwitz en Argentina? Allí, Filmus sostiene que “el objetivo central del editorial es confrontar a sus lectores con el siguiente dilema: ¿qué sería capaz de hacer usted para evitar el riesgo de que Argentina caiga en el nazismo? ¿Qué debiera hacer la sociedad argentina frente a un gobierno que “distorsiona los valores esenciales de la República” y puede llevarnos a repetir la peor experiencia de la historia de la humanidad?” Entonces, esta asimilación entre el actual gobierno argentino y el de Hitler “es hacer una apelación a ponerle fin por cualquier medio” al primero, sea por vía legal y electoral o por medios antidemocráticos y destituyentes. El senador concluye, no sin justa razón, que el objetivo principal de 1933 es “comenzar a introducir la idea de que todo accionar es válido si impide que una actualizada versión nativa de los nazis se apodere totalmente del poder en la Argentina.”

Ambas razones aquí expuestas se conjugan a la vez, esencialmente para que la familia Mitre, su clase y los valores que representan, tengan las excusas necesarias para poder seguir confrontando contra un gobierno constitucionalmente elegido y que pretende recortarles parte de su poderío cultural y económico. En su afán de mantener el poder que han conseguido a lo largo de décadas de negociados y a través del sometimiento de amplios sectores de la población, los intereses ocultos detrás de La Nación están dispuestos, cuanto menos, a incitar a la población a la contienda contra la actual “democracia de los votos”, parafraseando los dichos de actual dueño del diario aquí en cuestión.

Para que puedan seguir por décadas sin pagar las cifras millonarias que deben al Estado en concepto de impuestos atrasados, para que quede bien enterrado en el pasado y lejos de la mano de la justicia el apoderamiento de Papel Prensa, para que vuelvan a gobernar el país como en salvo raras excepciones siempre han hecho y para poder mantener intacto el poder corporativo sobre el cual se sustentan, es que necesitan difundir la mofa y la relativización berreta y altamente peligrosa de la democracia que 1933 representa.

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