Dos días después de que más de medio millón de personas se reuniese en
Plaza de Mayo y alrededores para celebrar todos los derechos conquistados y todas
las reivindicaciones
sociales alcanzadas durante estos diez años de gobierno kirchnerista, el
centenario diario de la familia Mitre se despachó con un editorial
completamente a tono con su histórico pasado y su conflictivo y crepuscular
presente. 1933 representa un escalón más en
la larga serie de vergonzosos escritos publicados en esta “Tribuna de Doctrina”, en donde se elude olímpicamente a la realidad
y se ofende a la verdad y a la memoria colectiva únicamente para contar con un
recurso discursivo más en medio de la batalla cultural que hoy se está librando
en nuestro país. Recurrir a la comparación forzada del nazismo con el gobierno
nacional actual no nos debe sorprender. La misma forma parte de una deliberada
y sistemática estrategia de bastardeo a la cúpula dirigencial del país y a sus decisiones
políticas, como así también a todo aquel que acalorada o tibiamente apoye o se
sienta parte del proyecto político y social que comenzó hace ya una década.
Bajo el pretexto de alertar sobre
situaciones asimilables entre el régimen nazi con la realidad política actual,
el matutino porteño relata en la nota el proceso de ascenso del nazismo en
Alemania. Sin embargo, en esta supuesta comparación no se desarrolla ningún argumento que justifique a la misma, ya que sólo
busca insuflar el temor en la población de la manera más barata, en particular
en la clase más acomodada de la Argentina, arquetípico lector de La Nación. En
su afán de interrumpir el proceso de transformación de la Argentina actual, el
diario cae en el groso error de banalizar el horror que provocó la Segunda
Guerra Mundial y de ofender al recuerdo de los 60 millones de muertos a los que
condujo la política nazi, especialmente a las víctimas y sobrevivientes del
Holocausto.
Esta obvia imposibilidad de comparación entre dos
situaciones tan disímiles es la que llevó a la DAIA (socia del diario en
materia de Referéndum con Irán, si se quiere) a emitir un comunicado en el que demuestra
su claro malestar por el editorial y en donde reafirma “su postura permanente
de que la dictadura nazi y su siniestra política de persecución y exterminio no
pueden ni deben ser equiparadas con otras situaciones o decisiones políticas
ajenas a ella”. Este justo repudio se sumó al de las organizaciones de derechos
humanos, al de los funcionarios nacionales, provinciales y locales enrolados en
el Frente Para la Victoria, como así también al muy significativo rechazo de
los propios trabajadores del diario.
Es curioso que los entusiastas, apologistas y
promotores del genocidio en nuestro país
y en otras partes del globo, que se hallan detrás de la pluma de quien escribió
esta editorial, se sientan con derecho a comparar la etapa que estamos viviendo
con el surgimiento del nazismo. Son las cabezas detrás de La Nación quienes
justamente se mostraron con candor frente a Hitler y sus modos cuando éste ascendía
al gobierno. Sólo basta con repasar los diarios de aquella época para poder comprobarlo.
Son también ellos quienes en el siglo XIX arrasaron con el Paraguay de Solano López por desafiar al
paradigma económico imperante con su pretensión de autonomía industrialista. Y
son también quienes en nombre de la civilización occidental y cristiana
avalaron el genocidio de 30 mil personas durante la dictadura cívico-militar
comenzada el 24 de marzo de 1976 en la Argentina. No hace falta demasiada
agudeza para poder darse cuenta de ello, tan sólo con observar los avisos
fúnebres publicados en este diario luego de la muerte de Jorge Rafael Videla
hace unos pocos días atrás, uno puede entender muchas cosas.
Esa última dictadura que La Nación supo defender tan bien efectivamente
controló a la prensa, creó cientos de campos de concentración, quemó y prohibió libros, mandó
a jóvenes a la muerte en una guerra innecesaria y hasta estuvo a punto de
confrontar militarmente con pueblos hermanos. Cómo puede ser que ahora nos
alerten sobre un nuevo 1933, sobre el autoritarismo, sobre el
cercenamiento de “las libertades y la independencia de los tres poderes del
Estado”, sobre la distorsión de “los valores esenciales de la República”, sobre
los “enfrentamientos dentro de la sociedad” y la pérdida de la República,
si fueron ellos quienes precisamente estimularon y apoyaron a la quienes
aplicaron métodos nazis desde el poder estatal en la Argentina.
Las razones
detrás de esta sórdida editorial son dos. La primera surge como respuesta
natural frente a la posición del diario con respecto a la nueva (?) Ley de Servicios
de Comunicación Audiovisual. Al saber que una etapa se está cerrando y que la
Corte Suprema de Justicia pronto se expedirá sobre la cuestión, la familia
Mitre intenta desesperadamente “alertar a la población” sobre el supuesto
avallasamiento del gobierno nacional contra la ya tan gastada “libertad de
prensa”. Asimismo, también supone una advertencia a los ministros de la Corte
sobre lo que estarían avalando si es que osan ratificar la constitucionalidad
de los artículos de la ley que todavía están en disputa. Es en este sentido que
en nueve de los dieciséis párrafos que posee 1933 se hace mención al control estatal del nazismo sobre los
medios de comunicación, en especial sobre la prensa escrita. La comparación no
puede ser más miserable, recordemos que la Ley de Medios ni siquiera aborda a los
medios gráficos.
La segunda razón oculta de 1933 la expone muy bien el senador nacional y ex Ministro de Educación,
Daniel Filmus en la columna que publicó Página/12 el 4 de junio último, llamada
¿Qué
haría usted para que no suceda un Auschwitz en Argentina? Allí, Filmus sostiene que “el objetivo central del editorial es confrontar a sus
lectores con el siguiente dilema: ¿qué sería capaz de hacer usted para evitar
el riesgo de que Argentina caiga en el nazismo? ¿Qué debiera hacer la sociedad
argentina frente a un gobierno que “distorsiona los valores esenciales de la
República” y puede llevarnos a repetir la peor experiencia de la historia de la
humanidad?” Entonces, esta asimilación entre el actual gobierno argentino y el de Hitler “es hacer una apelación a
ponerle fin por cualquier medio” al primero, sea por vía legal y electoral o
por medios antidemocráticos y destituyentes. El senador concluye, no sin justa
razón, que el objetivo principal de 1933
es “comenzar a introducir la idea de que todo accionar es válido si impide que
una actualizada versión nativa de los nazis se apodere totalmente del poder en la
Argentina.”
Ambas razones aquí expuestas se conjugan a la vez, esencialmente para que
la familia Mitre, su clase y los valores que representan, tengan las excusas
necesarias para poder seguir confrontando contra un gobierno
constitucionalmente elegido y que pretende recortarles parte de su poderío cultural
y económico. En su afán de mantener el poder que han conseguido a lo largo de décadas
de negociados y a través del sometimiento de amplios sectores de la población,
los intereses ocultos detrás de La Nación están dispuestos, cuanto menos, a incitar
a la población a la contienda contra la actual “democracia de los votos”,
parafraseando los dichos de actual dueño del diario aquí en cuestión.
Para que puedan seguir por décadas sin pagar las cifras millonarias que
deben al Estado en concepto de impuestos atrasados, para que quede bien enterrado
en el pasado y lejos de la mano de la justicia el apoderamiento de Papel
Prensa, para que vuelvan a gobernar el país como en salvo raras excepciones siempre
han hecho y para poder mantener intacto el poder corporativo sobre el cual se
sustentan, es que necesitan difundir la mofa y la relativización berreta y altamente
peligrosa de la democracia que 1933
representa.