“Vengo a
proponerles un sueño: reconstruir nuestra propia identidad como pueblo y como
Nación; vengo a proponerles un sueño que es la construcción de la verdad y la
Justicia; vengo a proponerles un sueño que es el de volver a tener una
Argentina con todos y para todos.”
Néstor
Carlos Kirchner.
Decía
Carlitos (el bueno) en su célebre tango, que veinte años no eran nada. Qué diría
de diez entonces, yo me pregunto. Es cierto que una década no es tiempo
realmente significativo en la historia de los hombres, en la historia de la
humanidad. Ahora bien, diez años para una Nación de pocos más de doscientos son
algo. Son bastantes para marcar a fuego a una generación, o a varias. Alcanzan
para ver transformaciones más o menos importantes en las personas y también en
el conjunto de la sociedad, a veces para bien, otras para mal. Y si repasamos
nuestra historia vemos que en ese periodo de tiempo el pueblo argentino tiende
a cambiar substancialmente. O por lo menos cada diez años se acerca a ese
cambio, que puede demorar un poquito más o un poquito menos, pero que llega.
Diez años son suficientes para observar cómo se modifican las reglas de juego
de la política, los actores sociales protagónicos, la correlación de fuerzas
entre éstos, el contexto internacional, las costumbres y los hábitos de las
personas, las prácticas instituciones públicas y privadas. Décadas infames,
peronistas, procesistas, menemistas… ejemplos de décadas que signaron una etapa
de nuestro país sobran. Y una de ellas es la acaba de llegar a su aniversario. La
Dékada Ganada la llaman algunos.
Indiscutidamente la Argentina es muy
diferente a aquella del 2003, aquella que existía antes de que Néstor Kirchner
asumiera como Presidente de la Nación. Muchos nos alegramos por ese cambio,
otros pocos, todo lo contrario. Pero dudo que los intelectualmente honestos
sostengan que en esta última etapa no se han producido transformaciones
sustanciales en nuestro país. Y también en nosotros mismos. El panorama ha
cambiado verdaderamente, nuestros horizontes ya son otros y por más que aún
queda muchísimo por hacer, corregir y batallar, hoy estamos situados en una posición
infinitamente mejor a la de hace una década atrás desde todo punto de vista. La
política ha transformado a la realidad, y la tarea no ha sido sencilla.
Cuando el sábado último, en el masivo acto
en Plaza de Mayo en ocasión de los festejos por el 25 de mayo, caminaba por las
calles y veredas porteñas abarrotadas de gente (de pueblo?), no pude evitar
recordar cómo eran la realidad del país y de mí mismo diez años atrás y cuanto ambas
se habían transformado. En ese momento se me vinieron a la mente todas aquellas
medidas que se habían tomado, todos aquellos derechos conquistados y reivindicaciones
producidas. El pago al FMI, los cuadros de los genocidas bajados, los convenios
colectivos de trabajo, la AUH, la ley de medios, los 5 millones de puestos de
trabajo, los fondos previsionales, los juicios por la memoria, la verdad y la
justicia, el Futbol para todos, Aerolíneas, el matrimonio igualitario, YPF, el
voto joven, la democratización judicial. La lista continúa y es enorme, pero
los festejos duraron muchas horas así que tenía tiempo.
Parado, rodeado de cientos de miles de personas
con pasados y presentes seguramente diferentes al mío pero tan o más argentinos
como yo, continué reflexionando. Especialmente destaqué el nuevo rol que ha
tomado el Estado en esta década kirchnerista. Esta me parece la clave para
entender el cambio de época. Es el Estado el que ha cambiado de posición y ha
permitido quebrar con el pasado neoliberal. No es ya el Estado represor y
privatizador con el que me crie, sino un Estado benefactor, inclusor, si le cabe
el mote, que se coloca del lado de los más necesitados, de los humildes y
desprotegidos, que no es neutral a la hora de salir en su defensa, y que
apuesta al desarrollo sostenido del país, siempre que se dé con inclusión social.
Este es avance más grande que ha hecho nuestra sociedad y hay que valorarlo y
defenderlo como tal.
La vida privada de las personas no ha
sido ajena a las transformaciones en la esfera pública. Antes de que llegaran
los gobiernos de Néstor y de Cristina el único futuro posible que los jóvenes y
no tan jóvenes tenían era el aeropuerto de Barajas. Ahora, cuando veo en la televisión
o leo en los diarios las noticias de Europa, caigo en la cuenta de cuanto ha
cambiado la cosa realmente. El destino de nuestro país aún no ha sido escrito, pero hoy tenemos las
esperanzas que antes no teníamos. Esperanzas de ver a nuestra nación progresar
y de que entre todos aportemos al desarrollo del país. La esperanza de alcanzar
la igualdad plena. Estudiar, trabajar, vivir una vida normal, todo aquello que
parece tan común y ordinario era lo que estaba impedido en otros tiempos y con
otros proyectos políticos. Por lo menos para la mayoría de la población. Todo
lo sombrío y desolador que era el futuro en los noventa y a comienzos del siglo
es ahora esperanzador y vibrante. No sabemos lo que vendrá, pero sabemos que si
entre todos defendemos lo hasta ahora conquistado y luchamos por un mañana
mejor, lo más factible es que este tarde o temprano llegue.
Para que la alegría del pueblo que estaba en la
Plaza reunido no se termine (y también la de los que no fueron), habrá que esforzarse
como nunca. Aquellos que estábamos
allí festejando, celebrando la Patria, la democracia y las conquistas de este Proyecto
Nacional y Popular sabemos que la tarea estará inconclusa mientras quede un sólo argentino que no tenga una
vida digna y feliz en el suelo de esta Patria. Sólo falta que todos los demás también
lo comprendan. Porque ya sabemos que no es viable un país con excluidos
permanentes como proponían desde el poder tiempo atrás. Como todavía insisten las
corporaciones y los “profetas del odio” actuales. Para que nadie nos arrebate la
alegría, el amor, las conquistas y reformas obtenidas, para no depender de una
sola persona, para no volver atrás en el tiempo, el Pueblo debe arremangarse y
estar dispuesto a lo que sea necesario. Él es el garante y heredero del proyecto
de país que se ha planteado en estos diez años, y esa es su responsabilidad. Y
el Pueblo, en definitiva, somos todos y todas. Recordémoslo más a menudo.