La tormenta trajo la
lluvia. La lluvia las inundaciones. Las inundaciones el desastre y la muerte.
Los eventos de la semana pasada en Capital Federal y La Plata dejaron la desolación
mezclada con barro y mierda en ciudades ricas de nuestro país. Aquello que sólo
podía ocurrir allá, en el norte, en el medio de la nada, como la inundación de
Tartagal, tocaba ahora a la puerta. La Santa Fe de hace una década debió haber
servido de aviso, muestra de que hasta a los más grandes a veces le llega su
peor hora. Pero no fue así. La arrogancia de las ciudades es en ocasiones
demasiado grande.
Tras la tragedia afloró
sí el Estado. No voy a poner en tela de juicio en este momento los pormenores
de cada caso y de cada jurisdicción en particular, no esa la intención de este
escrito, pero sin duda el accionar estatal intentó estar a la altura de sus
responsabilidades y se puso una mochila hombro que bien le cabía. Las primeras
horas fueron de zozobra, difícilmente pudieran ser diferentes en un país como
el nuestro, donde hasta hace poco el achicamiento del Estado era la ley
imperante. Entre Jefes de Gobierno e Intendentes de viaje y con responsabilidades
municipales, provinciales y nacionales compartidas la reconstrucción se puso en
marcha.
La solidaridad del pueblo
argentino es uno de los puntos destacables de estas jornadas. Como tantas otras
veces, los argentinos dieron muestras de cariño, comprensión y acompañamiento a
sus hermanos menos afortunados. La solidaridad, por más que le pese al mercado,
es uno de los valores característicos de nuestro pueblo. Aquello que se enseña
a los más pequeños en todas las escuelas, a compartir con sus compañeros,
perdura durante toda la vida de un argentino tipo. Y suelen ser los que menos
tienen quienes justamente más entienden y más colaboran con el otro, será
porque conocen qué es estar en sus zapatos, será porque es la única forma de
supervivencia que tenemos en estos páramos tan castigados y a la vez tan
alejados de los centros del mundo.
La militancia política
y social también dio el presente. ¿Cómo podría ser política y no ser social a
la vez? Quizás peque de redundante. Desde las agrupaciones kirchneristas como
La Cámpora, el Movimiento Evita, la JP, Kolina, entre otras, hasta
organizaciones no gubernamentales como la Cruz Roja, Cascos Blancos, Médicos
Sin Fronteras, Boy Scouts y Cáritas y por qué no, grupúsculos de juventudes
radicales, socialistas, del Pro, aunque en mucho menor medida, claro, todas
ellas continúan trabajando para la recuperación de lo perdido.
Apostado especialmente
en el centro de la tragedia, es decir, en la ciudad de La Plata donde los
fallecidos superan los cincuenta, el colectivo Unidos y Organizados tuvo su
bautismo de fuego. Ya había trabajado durante los destrozos de la gran tormenta
(tornado incluido), otra desgracia que también nos tocó de cerca, y en otras
inundaciones como la de Tandil, ambas del año pasado. Pero la magnitud del
trabajo militante de estos días no tiene precedentes. Los números de personas
involucradas en esta tarea superan ampliamente a épocas pasadas, como los de aquel
Operativo Dorrego surgido tras las
inundaciones en el interior de la provincia de Buenos Aires durante el `73. Es que
en las calles de La Plata y en el edificio de la Facultad de Periodismo y
Comunicación Social de la UNLP, centro organizativo de todo el trabajo, los
jóvenes se cuentan de a miles.
De cara a toda la
sociedad, medios de comunicación mediante, Unidos y Organizados pudo y puede
demostrar la razón de su existencia. La coordinación del trabajo de todos estos
sectores, a veces tan disímiles, se hace fundamental en estas ocasiones si es
que se quiere dar la mejor respuesta a los más necesitados en el menor tiempo
posible. El mandato de Presidencia no era otro. Precisamente en estas ocasiones
es en donde se revela la verdadera función de aquel militante político tantas
veces denostado e incomprendido. Su deber natural es el de velar por los demás,
pero así mismo, esta preocupación innata frente a aquel que sufre debe
articularse con todos los resortes del Estado, para no caer de otra manera en
el mero asistencialismo o peor aún, en el funcionarato vacío. Un Estado
participativo, que aliente la inclusión social, más allá de su convalidación
electoral, necesita para sostenerse el compromiso activo de la misma sociedad para la que trabaja y de la
cual proviene. El legislador y dirigente de La Cámpora, Juan Cabandié refleja esta
realidad cuando afirma lo siguiente en relación a los trabajos de La Plata y de
Barrio Mitre: “(…) sin militancia no hay Estado capaz de poder resolver de
forma urgente las necesidades de la gente. Sin militancia y sin voluntarios se
hubiera tardado meses, hubiera sido imposible llegar tan rápido como se llegó”.
Y en
medio de tanta muerte y tragedia, en medio de tanta solidaridad y trabajo
militante reaparecen los viejos fantasmas de los medios hegemónicos a montarse
en una nueva operación. No era el momento ni el lugar, ‘no daba’ como se suele
decir, pero aun así lo hicieron. Usando de ariete una pequeña discusión entre un
periodista de la Televisión Pública y un referente político de UyO, se comenzó nuevamente
una campaña de algunos poderosos para marcarles la cancha a estos jóvenes
comprometidos. No van a tolerar su trabajo político-social, eso ya lo dejaron
bien en claro.
En esas
primeras horas, su argumento se basaba en la crítica a los supuestamente
comprometidos jóvenes, pero que a la hora de la necesidad no aparecían en
ningún lado. Funcionarios o aspirantes a serlo, adictos al poder o idiotas adoctrinados,
sólo eso pueden ser entonces. Pero cuando la realidad, la única verdad como
diría el General, les abofetea la cara, deben pegar un volantazo editorial y atacarlos
por otros costados. Surge así la necesidad de criticar a la militancia por ser justamente
militancia. ¿Por qué deben ser solidarios con pecheras que identifique su
organización? La respuesta se cae de maduro (Larroque no pudo ser más claro)
por lo tanto no es eso lo que realmente importa. Lo que debe destacarse sí, es
el miedo que a algunos les genera el ver actores sociales con tal grado de
organización, capaces no solamente de trabajar frente a necesidades concretas y
urgentes, sino también a disputar el poder que hoy todavía yace en manos de
grandes corporaciones. Es esa preocupación lo que los delata, el nerviosismo de
saber que sus privilegios están y continuarán estando en franca disputa. Su
discurso anti-estatal y apolítico desgraciadamente todavía hace mella en muchos
compatriotas, no obstante los vecinos necesitados abren sus brazos a la poca o
mucha ayuda que estas organizaciones pueden brindarles, eso es lo que al final
del día importa. Tal vez lo que quedará de esta catástrofe para algunos obtusos
será la politización de la solidaridad, para otros tantos más honestos será el destacadísimo
rol de los militantes K a la hora de ayudar al prójimo. El tiempo dirá cual
versión se impone sobre la otra. Mucho del futuro de nuestro país se nos revelaría
si ya tuviéramos la respuesta.
Como las
corporaciones no se agotan en aquellos que siendo dueños de los medios de
producción de la opinión pública (opinión publicada) trafican con la
información, la hacen y deshacen a su antojo según sus propios intereses
económicos y sectoriales, surgen también en estos días las viejas (?) prácticas
sindicales. El salvaje ataque a los militantes de La Cámpora por parte de
sindicalistas de la Uocra, seccional La Plata, nos trae a la memoria algunos de
los peores recuerdos de nuestra historia. La razón detrás de las agresiones
sufridas por hombres y mujeres de esta organización no difiere en nada de lo
mencionado en el párrafo anterior. Todavía hay quienes se creen dueños de los
barrios, punteros barriales de todos los signos políticos y de todos los
colores, que creyéndose patrones de estancia pretenden impedir que llegue la ayuda
a los necesitados si es que no son ellos quienes la proveen. La mezquindad
puesta al servicio de la defensa y consolidación de un poder territorial espurio.
Cuando el “Pata” Medina, principal sindicado como
responsable de estos ataques, abre la boca para defenderse sus palabras lo
hunden más y más. Tristemente célebre por otra arremetida sindical, como la de
hace unos años cuando llevaban los restos del Gral. Perón a la quinta de Gaspar
Campos, Medina es un fiel arquetipo de un dirigente sindical criado bajo la luz
de la derecha peronista de los `70 y madurado ya en pleno menemato noventista.
La intimidación y la violencia son sus herramientas de trabajo, los aprietes
sus modales, su profesión vivir del trabajo ajeno. Sus intereses se alinean hoy
con los de los grupos concentrados de medios, he ahí la razón de la protección y
cobijo que éstos le ofrecen al enmarcar a las golpizas propiciadas por sus
hijos y seguidores a jóvenes militantes como meros “enfrentamientos”. Triste
palabra. Ya estos mismos medios la usaban para referirse a los llanos
fusilamientos a quienes resistieron las dictaduras cívico-militares en la
Argentina.
Es
entonces cuando uno descubre que si bien las inundaciones son pasajeras, hay
aguas que siempre bajan turbias. Estas corporaciones son las dueñas fácticas de
gran parte del Poder en la Argentina y su estirpe las lleva inexorablemente a
la sindicalización. Del mismo modo como las organizaciones militantes aúnan sus
esfuerzos frente a una tragedia, cruzando datos y llevando a cabo acciones
conjuntas, las corporaciones también saben cómo unirse para luchar contra un
enemigo en común. El objetivo de muchos peces gordos hoy se ha alineado y es el
de hacer caer al Gobierno Nacional lo más pronto posible, o por lo menos
forzarlo a que cambie de rumbo en sus políticas democratizadoras. Mediática,
sindical, empresarial, judicial, no importa qué corporación ni qué porción de
intereses de los más poderosos esté en disputa, su unión es instantánea y
muchas veces se da manera inconsciente, incluso para ellos mismos.
Frente a
una desgracia como la sucedida en La Plata (donde increíblemente todavía no se
ponen de acuerdo para establecer cuantas víctimas fatales realmente hubo) y en
menor medida en la C.A.B.A, , y de cara a un panorama tan exigente como el que
sin duda aparece si se quiere seguir combatiendo a las corporaciones, lo único
que puede hacer quien acompañe al proyecto nacional es seguir
estando cerca de los más necesitados, continuar con el trabajo mancomunado
entre quienes son iguales y diferentes a la vez, y seguir avanzando en el
desenmascaramiento de aquellos que pretenden continuar viviendo en una colonia
en la que sólo unos pocos alcanzan la felicidad.