Tras los
instantes posteriores a la Revolución de Mayo y a las luchas por la
independencia contra el ejército realista español, el territorio de la
Confederación Argentina continuó en medio de violentas disputas entre unitarios
y federales. Ambos partidos intentaban imponer su modelo de organización
nacional.
Durante su
segunda gobernación de la provincia de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas,
líder de los federales y representante ante el exterior de la Confederación,
tuvo que hacer frente a sus numerosos enemigos unitarios como así también al
intento de los imperios extranjeros de someter a estos territorios.
Fue en 1845,
un centenario antes del despertar peronista, cuando las dos potencias más
fuertes del globo por ese entonces, Inglaterra y Francia, se unieron contra una
joven nación que
estaba a miles de kilómetros de distancia. Intentando imponer términos y
condiciones para el comercio favorables a sus propios intereses, la unión anglofrancesa penetró
en noviembre de ese año en las aguas del río Paraná, contando con 22 barcos de
guerra y 92 buques mercantes.
Fue en
Obligado, actual partido de San Pedro, al noreste de Buenos Aires, donde la
flota anglofrancesa tuvo que librarse en combate contra la defensa que Rosas y
su cuñado, el General Lucio N. Mansilla, habían podido preparar con los módicos
recursos con los que la provincia contaba. La batalla demostró la bravura y
determinación de los libres de América del Sur, dejando en claro que los
argentinos continuarían luchando noblemente por la defensa de su tierra
todo el tiempo que fuera necesario, ya sea mediante el ingenio o la fuerza.
Más allá de
la derrota argentina sufrida en la Batalla de la Vuelta
de Obligado, la misma significó un ejemplo de defensa irrestricta de la soberanía nacionalpara
todos los habitantes de la Confederación, como así también para los invasores
ingleses y franceses, que luego verían sus intenciones comerciales frustradas
tras una exitosa defensa diplomática de Rosas. El recuerdo de la Vuelta de
Obligado y de los hombres anónimos que dieron su vida en la defensa de la
patria debe ser permanente. En estos tiempos más que nunca.
Hoy en día
los medios de conquista
y dominación que más utilizan las potencias extranjeras son otros. Los
cañones y buques de guerra se han convertido en mecanismos más sutiles, aunque
no menos efectivos. Es el mismo capital
internacional contra el que luchó Rosas el que hoy continúa adentrándose en
todos los rincones del mundo, especialmente en los países en vías de desarrollo
como es el nuestro. Utilizando los instrumentos de sometimiento mundial, que
aquí conocimos tan bien hace unos pocos años, como el Banco Mundial y el Fondo
Monetario Internacional, las potencias mundiales y sus capitalistas van
causando el desastre
económico y social en el lugar en donde logran hacer pie. Todo ello en
favor de sus cuentas personales. Es el egoísmo el que los motiva, el capital no
tiene ningún remordimiento por la humillación y el dolor que pueda causar a las
naciones soberanas.
Los especuladores
financieros, conocidos comúnmente como "fondos
buitres" son el producto final del sistema económico instaurado a
escala global a partir de la década del ´70. Esta nueva raza de hombres de
negociones que ha nacido tiene por tarea únicamente la de acrecentar sus
ingresos, sin necesidad de producir bien o servicio alguno. La desregulación
estatal y la globalización de los mercados han sido su mejor sustento. Esta
nueva fase del capitalismo, a la que nuestra Jefa de Estado denomina "anarco-capitalismo",
consiste en la simple timba financiera, la especulación como modo de vida y de
reproducción del capital.
Los
resultados de este sistema económico ya los hemos visto en estas tierras
durante la década menemista y más claramente en el fin de año del 2001. A
partir del crack del 2009 ya se palpa en todo el mundo, especialmente en la
vieja Europa. Sin embargo y a pesar de su decadencia final, el sistema
económico neoliberal se resiste en extinguirse. Eso es lo que vemos cuando los
fondos buitres, que rechazaron los dos cambios de bonos que realizó el gobierno
argentino para honrar sus deudas, agreden a nuestro país por medio de obscuras
maniobras judiciales a escala planetaria.
Cuando el 9
de enero último, la Fragata Libertad
volvió finalmente a la Argentina, se obtuvo una victoria moral y
jurídica pero fundamentalmente el mismo constituyó un acto de defensa de la
soberanía nacional. En la Base Naval de Mar del Plata miles y miles de
argentinos emocionados fueron a recibir al buque insignia de la armada, convirtiéndola
ahora en ícono de la soberanía patria tras de haber sido retenida 78 días en el
puerto de Tera, Ghana, a más de 8.000 kilómetros de nuestras aguas.
El retorno
de la Fragata Libertad se destacó fundamentalmente porque se consiguió sin
hacer concesiones a los fondos buitre que la tenían virtualmente secuestrada
con su embargo. El modelo de país encabezado por nuestra Presidenta demostró,
una vez más, una de sus facetas más importantes. La de defender a ultranza
a la soberanía y a la dignidad Argentina. Un modelo que no se detiene ante
los gritos de los buitres internacionales ni ante los graznidos de los
caranchos locales con los que tan familiarizados estamos ya.
Como
reafirmaba en su discurso nuestra Presidenta, esta es una lucha que no sólo le importa
a los argentinos, sino que de ella depende también en gran medida cómo será el nuevo orden mundial
que surgirá tras esta inmensa crisis económica. Por ello se hace imperioso que
todos los ciudadanos y sus representantes políticos tomen posiciones firmes
frente a estos verdaderos “depredadores
sociales globales”, siempre en defensa del bienestar general de los pueblos
y de los Estados.
Tras más de
doscientos años desde la Revolución de Mayo sólo podemos concluir que la
búsqueda de la independencia
y de la libertad
del pueblo es y debe ser permanente. La tarea por alcanzarlas siempre será
inconclusa, porque tras cada victoria se adviene otra batalla más importante y
mucho más difícil. No obstante, y para mantener perspectiva, debemos tener todo
el tiempo presente que éste es el único camino por el que transcurrirá la
felicidad de nuestro pueblo todo.