La
toma de más de cuarenta colegios porteños por parte de los estudiantes contra
las intempestivas e inconsultas medidas por parte del Gobierno de la Ciudad
Autónoma para reformar el currículum escolar, deja varios puntos para analizar.
El primero salta a la vista
rápidamente incluso para los más miopes. Es el total desprecio del gobierno
amarillo por la educación pública. Nada nuevo bajo el sol, ya lo sabemos. Lo
más interesante entonces es subrayar la destacada organización estudiantil que se ha presentado ante el resto de la
sociedad por medio de dichas tomas.
Que
chicos tan jóvenes sepan defender sus derechos provoca sin duda una sensación esperanzadora
ante el futuro. Sólo una juventud con conciencia política y social puede garantizar,
o al menos prometer, que en el futuro se hallen las soluciones necesarias ante
las desigualdades, abusos y violaciones de los derechos de los trabajadores y
demás ciudadanos que desgraciadamente todavía se cometen en nuestro país.
Lo cierto es que si bien les ha
costado demasiados días de clase y que necesitaron que el poder judicial se
inmiscuyera en el asunto, los estudiantes consiguieron que el Ministerio de
Educación porteño diera marcha atrás con los cambios que tenía planeado. Una
victoria (por ahora) de la que no estaría mal que se sintieran orgullosos. La
otra cara de la moneda es un ministro cada vez más debilitado, que a la hora de
haber decidido los cambios en los planes de estudios, no pudo imaginar ni es sus
peores pesadillas el desarrollo de este conflicto. Cada día Bullrich piensa
menos en la educación porteña y más en su eventual candidatura a legislador
nacional para el año que viene.
Cuando
faltan días para que el voto no obligatorio a partir de los 16 años sea una conquista
más de nuestra joven democracia, sólo los más rancios operadores políticos de
la oposición continúan sosteniendo que esta medida se toma únicamente para poder
conseguir una posible re-reelección de nuestra presidenta. La verdad claramente
es otra.
El proyecto del denominado “voto joven” es una ampliación de derechos,
algo que ha venido sucediendo desde el 2003 a la fecha, y es un mero reflejo de
una juventud bastante diferente de la de tiempos atrás. Chicos cada vez más
involucrados con las problemáticas sociales, con la defensa de sus intereses,
con el cumplimiento de sus derechos: eso
es lo que demuestra esta futura ley. De no haber existido un cambio en
nuestra juventud jamás se hubiera podido dar cuerpo al “voto joven”. Sin duda, se
requiere de un cuerpo de legisladores y de una presidenta con el valor y las
convicciones necesarias para darles el impulso final y convertir en ley este
nuevo derecho, pero el espíritu, el alma que le da vida al “voto joven” es la profunda conciencia social de la que afortunadamente
se han contagiado los jóvenes argentinos.
Por
supuesto que esta nueva conciencia social y este futuro derecho cívico llena de
terror a los que en su interior (y no tanto) poseen un espíritu extremadamente antidemocrático. Ellos saben que cualquier ampliación
de derechos y obligaciones, cualquier participación de las grandes masas en la
toma de decisiones políticas, va en contra de sus intereses. Saben que la política
nació y tiene por destino destruir sus
privilegios y convidar al pueblo con los lujos de una vida digna.
Por
todo ello, ya no les quedan pelos en la lengua y despotrican día y noche en los
medios monopólicos de comunicación contra la realidad que esta hoy planteada. Podrán
organizar nuevas marchas de caceroludos, armar irrisorias operaciones los
domingos por la noche e incluso alentar a las fuerzas armadas a desobedecer al poder
central, pero la hora del pueblo por fin ha llegado. La hora de la juventud organizada. Es nuestra obligación
histórica evitar que se termine.