Más
de una semana ha pasado del cacerolazo porteño del jueves 13. Muchas cosas se
dijeron y continúan diciéndose de lo sucedido en aquella jornada, pero ¿cuáles
son los motivos y qué es lo que realmente dejó el cacerolazo VIP?
Símbolo
de una sociedad dividida, el infame cacerolazo dista mucho de aquellos que se
produjeron hacia el final del 2001. En ese momento la Argentina atravesaba la crisis
económica y social más grande de su historia, los propios cimientos de la
Nación estaban desmoronándose y la mayor
parte de sus habitantes se hallaban a la deriva, sin ningún futuro (salvo
Ezeiza) y en situación de caos cotidiano que todavía eriza la piel de quien trata
de rememorar esos días.
“Piquete
y cacerola, la lucha es una sola”, éstas palabras brotaban de las bocas de una
clase media venida a menos y de los sectores populares que, arrinconados por el
hambre y la falta de trabajo, no tenían otra alternativa que salir a ganar las
calles. Ese sofisma, tan en boga en esos momentos de desesperación, no
reflejaba la verdad de la milanesa patria. Incluso en aquellos días, las cacerolas
veían con gran desprecio (u odio de clase tal vez?) a aquellos sectores
populares caídos en su peor desgracia, quizás por considerarlos cultural y
étnicamente “inferiores”, o quizás por ver en aquellos “descamisados” a
los mismos que habían puesto en jaque a sus privilegios 55 años antes. Aquella
era una tregua destinada a durar lo que duran las treguas argentinas, o sea
poco.
El
panorama político-social y económico de la Argentina actual no podría ser más
distinto. El orden social ha sido restablecido, es el Estado quien ha
recuperado las riendas de la vida pública y ha aceptado su rol en la historia,
el todopoderoso Mercado se sabe ya impotente. El altísimo nivel de empleo hoy
alcanzado trajo el reordenamiento de las estructuras industriales y
productivas, pero más importante aún, contribuyó a la reorganización familiar y
comunitaria, casi perdida por entonces. La dignidad ha vuelto a la mesa de
todos los que viven sobre suelo patrio. Hasta en los hogares más humildes se
puede respirar la esperanza de un futuro mejor al alcance de la mano y sin
necesidad de pasaporte actualizado.
Si
todo lo anterior es posible, no es fruto solamente de un par de locos venidos
desde el fin del mundo, dueños de un apellido imposible de pronunciar. Todo lo conquistado
hasta hoy ha sido por el deseo de un pueblo que no dudó en gritar a los cuatro
vientos que estaba harto de 30 años de neoliberalismo, y que las recetas
neoliberales extranjeras aplicadas por cipayos locales lo estaban llevando a la
muerte segura. Si lo dijo tibiamente en las elecciones del 2003, cuando el
rechazo generalizado al “menemato” llevó a su principal gestor a la huida
electoral, lo reafirmó en el 2007 confiando en la “muñeca brava”, esposa de
aquel que había sacado al país del infierno. Pero sin lugar a dudas, el momento
contemporáneo en que más fuerte se escuchó el grito de independencia económica,
soberanía política y justicia social fue en octubre último. Es allí donde se ha
marcado más claramente el triunfo de un Modelo Nacional y Popular por sobre el proyecto
individualista de los 90´, que llevó a las grandes mayorías a la ruina.
Muchos
“caceroludos” que recuerdan con nostalgia a la convertibilidad, a la “plata
dulce”, al “deme dos” (básicamente sus tajadas del neoliberalismo), prefieren
hoy olvidar aquella jornada en donde Cristina ganó por el 54% y consideran a esas
elecciones como el simple resultado de un mal sueño (pesadilla?), del
voto-cloaca de la selva conurbana o por qué no, del fraude electoral más grande
de la Historia Occidental. Lo cierto es que el 54% demostró la independencia
civil de la mayoría de los ciudadanos frente al poder mediático-económico,
encabezado por Grupos de espurio pasado que día a día auguran para la Argentina
poco menos que cataclismos bíblicos. En los resultados del 23 de octubre se vio
reflejado una Nación decidida ha avanzar hacia un futuro más justo e inclusivo,
con grandes esperanzas y sueños, pero sin olvidar el terrible pasado otros
quisieron/ran dejar de lado e indultar.
Quienes
hoy salen a la calle reclaman por los privilegios perdidos a manos de las mayorías
populares antes excluidas. Algunos de ellos son los mismos que salieron a
festejar la victoria de la “Revolución Fusiladora” del 55´ y quienes no cuentan
con los abriles suficientes son claros herederos de aquellos. Por suerte, hoy
el paisaje se presenta distinto al de esa época. El partido militar ha sido
derrotado (por el propio neoliberalismo?) y ya nadie golpea las puertas de los
cuarteles -pero ojo, que no faltan quienes se mueren de ganas!-. Los partidos políticos
de oposición no encuentran su rumbo, no tienen estrategia para ganarle a un
modelo que quiso y supo incluir a los millones de argentinos que estaban
tirados en la banquina. Hoy la agenda opositora la maneja a su antojo el Grupo Clarín,
que se jacta de ello, mediante operaciones y extorsiones de claro tinte político
y que se rehúsa sistemáticamente a acatar las leyes de la democracia. Resulta increíble
que gran parte de los ciudadanos, tanto propios como ajenos, acepte como normal
este hecho: que el máximo contrincante del oficialismo sea un monopolio
empresarial y no otro partido político.
¿Será
acaso que Clarín es la cara más visible del espectro de la sociedad que se rehúsa
a incluir a todos los argentinos? ¿Será que cuando ven que los sectores menos
favorecidos mejoran lentamente su situación algunos comienzan a sentir un
cosquilleo insoportable en su nuca? ¿Será posible que moleste tanto que los
negros lleven una vida más digna, porque entonces ellos, la gente “digna”, viven
una vida de negros? Las expresiones volcadas en la marcha opositora y sus
repercusiones parecen encajar en esta descripción, pero las razones del odio
hacia al prójimo y la terrible virulencia de algunos hombres(?) superará
siempre al entendimiento de los que pertenecemos al campo popular. Lo que sí es
posible establecer, es que varios de los reclamos de aquellas cacerolas representan
también una victoria del Modelo. Ver a la oligarquía nacional llorar por no
poder tener todos los dólares que le place, por no poder evadir tanto los
impuestos como antaño, por ya no tener que depender de las naciones extranjeras,
por finalmente darse cuenta de que la democracia es el gobierno de las mayorías,
es un fiel reflejo de un cambio de época (o época de cambios) y para verlo sólo
basta con recordar, por más que les pese a algunos, las razones de los antiguos
cacerolazos.
Sea
por los motivos que sea, era hora que la derecha oligárquica y la clase media
que aspira a serlo, salgan a la calle a mostrar su colmillos. Quienes nunca
coincidimos con su manera de pensar y de entender la vida, hace tiempo sabemos que
allí es el lugar donde deben darse las verdaderas batallas político-culturales.
Es en la calle, en las esquinas, en el barrio, donde debemos confrontar, no en
un set de televisión esperando ganar no sé cómo o cuál discusión. Una vez
llevados a nuestro territorio, es ahí donde le daremos la estocada final a la oligarquía,
a los cipayos y a los traidores que todavía revolotean a nuestro alrededor.