martes, 25 de septiembre de 2012

Cacerolas para todos


Más de una semana ha pasado del cacerolazo porteño del jueves 13. Muchas cosas se dijeron y continúan diciéndose de lo sucedido en aquella jornada, pero ¿cuáles son los motivos y qué es lo que realmente dejó el cacerolazo VIP?

Símbolo de una sociedad dividida, el infame cacerolazo dista mucho de aquellos que se produjeron hacia el final del 2001. En ese momento la Argentina atravesaba la crisis económica y social más grande de su historia, los propios cimientos de la Nación  estaban desmoronándose y la mayor parte de sus habitantes se hallaban a la deriva, sin ningún futuro (salvo Ezeiza) y en situación de caos cotidiano que todavía eriza la piel de quien trata de rememorar esos días.

“Piquete y cacerola, la lucha es una sola”, éstas palabras brotaban de las bocas de una clase media venida a menos y de los sectores populares que, arrinconados por el hambre y la falta de trabajo, no tenían otra alternativa que salir a ganar las calles. Ese sofisma, tan en boga en esos momentos de desesperación, no reflejaba la verdad de la milanesa patria. Incluso en aquellos días, las cacerolas veían con gran desprecio (u odio de clase tal vez?) a aquellos sectores populares caídos en su peor desgracia, quizás por considerarlos cultural y étnicamente “inferiores”, o quizás por ver en aquellos “descamisados” a los mismos que habían puesto en jaque a sus privilegios 55 años antes. Aquella era una tregua destinada a durar lo que duran las treguas argentinas, o sea poco.

El panorama político-social y económico de la Argentina actual no podría ser más distinto. El orden social ha sido restablecido, es el Estado quien ha recuperado las riendas de la vida pública y ha aceptado su rol en la historia, el todopoderoso Mercado se sabe ya impotente. El altísimo nivel de empleo hoy alcanzado trajo el reordenamiento de las estructuras industriales y productivas, pero más importante aún, contribuyó a la reorganización familiar y comunitaria, casi perdida por entonces. La dignidad ha vuelto a la mesa de todos los que viven sobre suelo patrio. Hasta en los hogares más humildes se puede respirar la esperanza de un futuro mejor al alcance de la mano y sin necesidad de pasaporte actualizado.

Si todo lo anterior es posible, no es fruto solamente de un par de locos venidos desde el fin del mundo, dueños de un apellido imposible de pronunciar. Todo lo conquistado hasta hoy ha sido por el deseo de un pueblo que no dudó en gritar a los cuatro vientos que estaba harto de 30 años de neoliberalismo, y que las recetas neoliberales extranjeras aplicadas por cipayos locales lo estaban llevando a la muerte segura. Si lo dijo tibiamente en las elecciones del 2003, cuando el rechazo generalizado al “menemato” llevó a su principal gestor a la huida electoral, lo reafirmó en el 2007 confiando en la “muñeca brava”, esposa de aquel que había sacado al país del infierno. Pero sin lugar a dudas, el momento contemporáneo en que más fuerte se escuchó el grito de independencia económica, soberanía política y justicia social fue en octubre último. Es allí donde se ha marcado más claramente el triunfo de un Modelo Nacional y Popular por sobre el proyecto individualista de los 90´, que llevó a las grandes mayorías a la ruina.

Muchos “caceroludos” que recuerdan con nostalgia a la convertibilidad, a la “plata dulce”, al “deme dos” (básicamente sus tajadas del neoliberalismo), prefieren hoy olvidar aquella jornada en donde Cristina ganó por el 54% y consideran a esas elecciones como el simple resultado de un mal sueño (pesadilla?), del voto-cloaca de la selva conurbana o por qué no, del fraude electoral más grande de la Historia Occidental. Lo cierto es que el 54% demostró la independencia civil de la mayoría de los ciudadanos frente al poder mediático-económico, encabezado por Grupos de espurio pasado que día a día auguran para la Argentina poco menos que cataclismos bíblicos. En los resultados del 23 de octubre se vio reflejado una Nación decidida ha avanzar hacia un futuro más justo e inclusivo, con grandes esperanzas y sueños, pero sin olvidar el terrible pasado otros quisieron/ran dejar de lado e indultar.

Quienes hoy salen a la calle reclaman por los privilegios perdidos a manos de las mayorías populares antes excluidas. Algunos de ellos son los mismos que salieron a festejar la victoria de la “Revolución Fusiladora” del 55´ y quienes no cuentan con los abriles suficientes son claros herederos de aquellos. Por suerte, hoy el paisaje se presenta distinto al de esa época. El partido militar ha sido derrotado (por el propio neoliberalismo?) y ya nadie golpea las puertas de los cuarteles -pero ojo, que no faltan quienes se mueren de ganas!-. Los partidos políticos de oposición no encuentran su rumbo, no tienen estrategia para ganarle a un modelo que quiso y supo incluir a los millones de argentinos que estaban tirados en la banquina. Hoy la agenda opositora la maneja a su antojo el Grupo Clarín, que se jacta de ello, mediante operaciones y extorsiones de claro tinte político y que se rehúsa sistemáticamente a acatar las leyes de la democracia. Resulta increíble que gran parte de los ciudadanos, tanto propios como ajenos, acepte como normal este hecho: que el máximo contrincante del oficialismo sea un monopolio empresarial y no otro partido político.

¿Será acaso que Clarín es la cara más visible del espectro de la sociedad que se rehúsa a incluir a todos los argentinos? ¿Será que cuando ven que los sectores menos favorecidos mejoran lentamente su situación algunos comienzan a sentir un cosquilleo insoportable en su nuca? ¿Será posible que moleste tanto que los negros lleven una vida más digna, porque entonces ellos, la gente “digna”, viven una vida de negros? Las expresiones volcadas en la marcha opositora y sus repercusiones parecen encajar en esta descripción, pero las razones del odio hacia al prójimo y la terrible virulencia de algunos hombres(?) superará siempre al entendimiento de los que pertenecemos al campo popular. Lo que sí es posible establecer, es que varios de los reclamos de aquellas cacerolas representan también una victoria del Modelo. Ver a la oligarquía nacional llorar por no poder tener todos los dólares que le place, por no poder evadir tanto los impuestos como antaño, por ya no tener que depender de las naciones extranjeras, por finalmente darse cuenta de que la democracia es el gobierno de las mayorías, es un fiel reflejo de un cambio de época (o época de cambios) y para verlo sólo basta con recordar, por más que les pese a algunos, las razones de los antiguos cacerolazos.

Sea por los motivos que sea, era hora que la derecha oligárquica y la clase media que aspira a serlo, salgan a la calle a mostrar su colmillos. Quienes nunca coincidimos con su manera de pensar y de entender la vida, hace tiempo sabemos que allí es el lugar donde deben darse las verdaderas batallas político-culturales. Es en la calle, en las esquinas, en el barrio, donde debemos confrontar, no en un set de televisión esperando ganar no sé cómo o cuál discusión. Una vez llevados a nuestro territorio, es ahí donde le daremos la estocada final a la oligarquía, a los cipayos y a los traidores que todavía revolotean a nuestro alrededor.